Fotos y texto: Jota Reyes @jotareyesphoto
Me acojo al derecho de interpretarte, de hurgar en los mantos de tu humanidad más allá de lo formal y lo exacto. Me acojo al derecho de traspasar las apariencias y las cortesías de este universo repleto de figuras insignificantes que nos despedazan lo esencial.
Me atrevo a apuntarte con estas palabras, como te he puesto en la mira de la pequeña cámara las tantas veces que te he disparado.
Eres mi amigo más viejo, ¿Cómo retratarte?

Antes que nada, te prometo no hacer de ti un retrato burdo, un relato dramático del abuelo casi inexistente. No estarás en esa fábula lejana y plagada de recuerdos suntuosos y buenas acciones. Aunque las promesas se me desparramen por las manos, te prometo no caer en el infame ejercicio de escribirte bellos versos cuando dejes de existir.
Prometo no dejarte intacto.

Eres mi amigo más viejo. Empiezo por contarte los días: no los que te quedan, como sospecharía cualquiera, sino los que ya gastaste; casi treinta y cinco mil han pasado desde que te parió esa madre tuya de la que se cuenta, estuvo rodeada de neblina y belleza. Un ser casi imaginario que se sostiene entre los recuerdos desvanecidos y el mito verdadero de la locura. Esa madre tuya que todavía, terriblemente, aún te aúpa desde la imagen gastada que refleja en su cristal los atardeceres y los árboles. Esa madre tuya que murió cuando yo nací.

Cambio de escena.
1928: coigües y avellanos. ¿De dónde vienes? Eres campo citadino, viejo errante del sur, centro, más al centro, de vuelta al sur, nunca más al centro. Endémico con olor a asfalto. traficante de semillas de tomate de árbol y papaya. La vida me da el chance de encerrarte debajo de un penco al que le cortaste desmañadamente las espinas. Que cuadro tan violentamente hermoso, quizá no es coincidente, pero es lo que hay.

Muevo el encuadre: los enigmas acuñados en tu frente consecuencia del solsticio de verano que modificó tus gestos quizá resuman el éxodo. Las letras ocultas de la expatriación posiblemente expliquen por qué perdonaste las dictaduras.
Escudriño…
Ya no son pelos, te crecen plantas en la cabeza y en las orejas, donde podrían anidar gorriones. Ese florido desierto que se acuesta temprano y amanece tarde, enmaraña partículas de vida, insectos y carcajadas. Ese fluir de ideas que empieza a desconocer la noche, no se ha interrumpido desde el inicio de las anécdotas y los inventos.

Demasiada lírica de mi parte…
En noviembre revisé si era verdad lo que me contaste sobre tus huellas digitales. Sí, efectivamente se te borraron: esas células de tus yemas empezaron a regenerarse sin seguir condiciones, como tú, cuando pasaste las noches en una caseta a orillas del pacífico. No en el mar de los arrecifes, sino en el de las palmeras, buscando caminos y camarones.

Siguiente imagen:
-¿Por qué troceaste las cartas de toda la vida y las pusiste en remojo? -Te pregunté para hacer papel maché -respondiste
-¿¡Por qué!? -insistí consternado
porque ya no las leo po weón… -sentenciaste con tu voz de áspera tormenta…
¿Podría ser ese un propósito de legítima existencia? ¿Modelar objetos utilitarios a partir de los recuerdos? Puede ser, no estoy seguro todavía,
Lo trágico ya no me conmueve. Entiendo que la muerte es un estado de espera que aguarda debajo de nuestras cobijas acumulando vida. Te elijo vivo, en ese abrazo apretado de vivacidad lenta. Contrapongo los mares, te fotografío flotando libre y elevado en el espacio, ¿premonición o recuerdo? Si, quizá retratarte es un gesto de despedida anticipada.
En marzo, cuando llega la primavera, hago un brindis secreto, y respiro, aliviado.
Espero volver a verte, amado viejo de madera.


