El ‘peloteo’ es alegría y vida en los barrios de Guayaquil

La autoridad no tiene vela en esta procesión. Son los vecinos los que mandan en la calle.
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Enrique Pesántes. Fotógrafo

Hay una cosa que me une a los peloteros de Guayaquil: el haber hecho mías las calles de la ciudad. Ellos utilizan sus arcos de metal, su pelota pequeña y su pasión por el peloteo. Yo usaba mi patineta y me apoderaba del asfalto, de las veredas y de una que otra grada o acceso a algún edificio para ejercer mi pasión.

El peloteo es una de las costumbres que caracterizan a la ciudad. Los fines de semana, el centro y el sur de Guayaquil se convierten en un territorio vedado para los autos. Las calles se cierran para convertirse en estadios.

La autoridad no tiene vela en esta procesión. Son los vecinos los que mandan en la calle. La barren, desalojan los autos y preparan la cancha. En los barrios más organizados ya está dibujado el terreno de juego. Es más, tienen arcos de metal que pasan encargados en la casa de algún vecino y que son colocados en cada lado.

En los barrios menos organizados se utilizan piedras como portería y la cancha va de poste a poste y de pared a pared. La extensión del campo y otras reglas se definen antes del inicio de cada partido.

En las esquinas se cruzan los vehículos de los vecinos para impedir el tránsito. La calle se transforma en un estadio y solamente la pelota tiene libre acceso.

Un par de fines de semana estuve buscando las fotos que ahora presento. Conocí gente, me divertí y me volví a conectar con calles y costumbres que disfruté cuando era pequeño y vivía en la frontera entre el centro y el sur de la ciudad.

Me di cuenta de que hay rituales que se mantienen, como el de la vestimenta del jugador. Es casi obligatorio el uso de zapatillas de lona y suela de caucho; esas de fabricación nacional que cuestan un puñado de dólares.

También aprendí que un jugador que se aprecia usa dos pares de medias y hasta se venda sus pies y tobillos. También usa canilleras, para minimizar los golpes y otros ‘cariños’ de los adversarios.

Por lo general, el uniforme oficial del pelotero es la camiseta de la suerte y la pantaloneta que está a la mano. Claro que hay equipos organizados que tienen uniformes confeccionados, generalmente de equipos nacionales o internacionales.

Las reglas del fútbol son simples y tienen un parentesco lejano con los reglamentos de la Fifa o la Conmebol. En la calle, la falta es dictaminada según el nivel de dolor del agredido y el gol se valida, solamente, si la pelota pasó la línea de meta por debajo de la cintura de un jugador, en caso de que no haya un arco de metal, palo o caña.

Hay una regla principal, que no está escrita, y es la que reza que hay que entregar la vida en cada una de las jugadas. Hay pierna fuerte, pero no mala intención. Abunda la viveza criolla y una que otra mala maña. Es el barrio y todo vale al momento de conseguir la victoria.

Pero no todo es color de rosa. Hay veces en las que los vecinos usan el peloteo como pretexto para sacarse ‘la pica’ por desacuerdos o rencillas. Ahí la cosa cambia y se debe salir de la cancha para ventilar las diferencias.

Pero por lo general, prima el respeto. En el peloteo “la pelota no se mancha”, como decía Diego Armando Maradona.
Los consagrados del peloteo saben que tienen el respeto de sus vecinos, de esa gallada que recordará durante la semana una jugada increíble, en las que demostró tener magia en sus zapatillas.

Un gol, una atajada magistral los convertirá en reyes por varios días. Los más pequeños querrán parecerse a ellos y gozarán de la admiración popular.

En la otra vereda, una derrota sumirá en la agonía a la víctima. Un penal errado, un gol por entre las piernas, o ‘las anchetas’ como se dice en el barrio, será la causa de la humillación, que durará más tiempo que las alegrías.

Cuando se acaba el partido, ya sea por tiempo o por la cantidad de goles pactados, viene uno de los momentos más esperados por los vecinos del barrio.

Los peloteros exhaustos se despojan de sus zapatillas y se sientan en la vereda a comentar los pormenores del juego. A los jugadores se unen los vecinos que dan sus opiniones sobre el partido y el desempeño de los peloteros.

Ese ritual me identificó con ellos. Yo también me sentaba en la calle a comentar los saltos y las piruetas con mis amigos de patineta.

Veo sus zapatillas con las suelas gastadas y es algo que me conecta de inmediato con mi adolescencia, donde tenía solamente una suela gastada, la que me impulsaba para ir con mi patineta haciendo mías las calles de Guayaquil.